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―¡No! Ese hombre no ha de ser tu heredero —le contestó el Señor—. Tu heredero será tu propio hijo.

Luego el Señor lo llevó afuera y le dijo:

―Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!

Abram creyó al Señor, y el Señor se lo reconoció como justicia.

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